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_ _ _ Ó _ _ I C _

Pero bueno, yo no soy científica, sólo lector a . Tanto me da una revista, que una novela, que un cómi c . Para mí, leer no es sólo “algo que no se pueda evita r .” Desde que aprendí, me encant ó . Es algo que me viene de lejo s . Soy de las que marcan sus páginas favoritas con un pósi t , para releerlas mil veces. ¿Te parece curs i ? En la piscina, en el ascensor, de compras o de picni c ; leo palabras sueltas, leo cuando puedo y leo hasta cuando no quier o . Primera parte

_ CR _ _ _ _ _ O

 A mí me pasa constantemente. Con todo lo que tenga algo escrito. Leo del derecho y del revés. Haciendo escalas, como los cantantes de ópera. De arriba abajo y de abajo arriba. Supongo que no se puede evitar. Tu cerebro asocia inmediatamente letras y conceptos. Es un proceso imparable. Objeto de estudio, sin duda. Tercera parte

A _ _ _ ST _ _ _

A veces leo sin darme cuenta. Creo que a todos nos pasa. Recogemos el correo, propaganda, los folletos de la  óptica de la esquina, el catálogo de Ikea o el del supermercado. Los llevamos en la mano, leemos los  titulares. Sin querer. Solo porque están ahí. Como un imán. cuando quieres darte cuenta, se te van los ojos.   Segunda parte

Un Norbabús en París (Tercera parte)

 —¡Pues a mí me sigue pareciendo fatal! —decía María, entre puñado y puñado de palomitas. Cada vez que terminaba, Valentina le tendía instintivamente la bolsa para que cogiera más— O sea, no es por el dinero. No voy a hacerme pis encima por no pagar un triste euro pero… Bueno, si lo hiciera, ¿Acaso no recogerían el pis con la fregona gratis? Hipotéticamente. —Seguirías teniendo la ropa meada —apuntó Valentina—, pero sí, creo que entiendo a lo que te refieres. Es un poco lo que ocurre con la “wifi gratis” con contraseña, ¿no? —Voilà. Eso es exactamente… —¡Estoy harta! —exclamó Cecilia, que no se había interesado en el debate sobre la ética de los baños de pago— ¡Pero es que llevamos todo el día haciendo cola! Cola puedo hacer en España también. Avanzaron un puesto. María utilizó el pie para desplazar su mochila, que había dejado a sus pies porque estaba cansada de cargar con ella. Las Pacas habían repartido las entradas para el tercer piso a los estudiantes que se iban encontrando, llam

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Un Norbabús en París (Segunda parte)

María sacó su móvil del bolsillo interior de su plúmax y desbloqueó la pantalla para ver la hora. —Deberíamos ir tirando, a ver si las Pacas han terminado la cola. Valentina asintió y ultimó unos segundos apoyada sobre la barandilla, donde los reflejos del sol cincelaban su hermoso perfil bronceado como si fuera un busto de mármol renacentista. Se abrieron paso a fuerza de Excusez-moi por aquí, Excuse me por allá y algún que otro firme ¿Te importa?, que parecía ser lo único verdaderamente eficaz para los grupos dispersos de españoles que se apalancaban frente a las puertas. Al doblar una esquina, Valentina se puso de puntillas para tratar de divisar a las profesoras en la cola de la taquilla para comprar las entradas para acceder al tercer y último piso de la Torre. Las dos profesoras de francés del instituto y responsables del intercambio eran dos mujeres bajitas de mediana edad que, por extraña casualidad, compartían el simpático y algo arcaico nombre de Francisca; por esto y por la

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Un Norbabús en París (Primera parte)

Tras una mañana de lluvia intensa y la amenaza de relámpagos en el horizonte, aquel mediodía brindaba por fin un sol tímido que esquivaba dispersas y esponjosas nubes para iluminar con luz tenue la emblemática ciudad de París. El viento, sin embargo, no daba ninguna tregua: unas ráfagas gélidas y furiosas esquivaban y envolvían a las decenas de turistas que se apelotonaban en el segundo piso de la Torre Eiffel. María se abrazaba a sí misma, apretando contra su cuerpo su viejo plúmax beige, y se frotaba los antebrazos mientras movía los pies en el sitio, con escasa esperanza de lograr entrar en calor. —¿Quieres estarte quieta? —dijo Valentina. —No —respondió, secamente—. Cada vez que los chinos se asoman a la barandilla, dejan un flanco abierto y pasa la corriente. ¡Se me mete el aire hasta en las bragas! Valentina rio mientras seguía moviendo el móvil por encima de su cabeza en busca de cobertura. María cogió a su nueva amiga del brazo, en un gesto firme pero afectuo

Morse

Desde pequeña, siempre me ha gustado guardar secretos. Buscaba escondites imposibles e inventaba complejos códigos para ocultar mis secretos en cientos de notitas repartidas por todos los recovecos imaginables de la casa. Muchas de las notas terminaban por aparecer: algunas, tan pronto como mi madre abría algún cajón o barría debajo de las mesas; otras me sorprendían años después, acurrucadas en algún bolsillo u olvidadas en el fondo polvoriento del armario. A veces me pregunto cuántos secretos seguirán a salvo en sus refugios. ¿Cuántos se habrán perdido para siempre, devorados por las polillas, o por el aspirador? ¿Arrastrará el plumero algún trozo de papel al limpiar la balda más alta de una estantería? ¿Entre las páginas de qué libro se camufla una diminuta tarjetita doblada? Cuando fui un poco más mayor, adquirí la costumbre de escribir mis secretos en morse. Supongo que porque me parecía un código poco transparente, pero al mismo tiempo fácil de aprender y de recordar.

Sin título

Quizás           solo quiera                           caer y que otro se encargue de barrer el estropicio.

Be Linda

María Belinda González González ( Tenerife , 14 de agosto de 1995 ), más conocida como Belinda o Be Linda , es una cantante , cantautora , compositora , bailarina y filántropa australiana de origen español. Empezó a estudiar música , composición , canto y danza durante su niñez. Redescubierta en verano de 2015, saltó a la fama con su álbum Be Linda . Actualmente vive en Australia , donde desarrolla su carrera musical. Belinda es una de las cantantes más populares del mundo hispano y se encuentra entre los cinco artistas de habla inglesa más escuchados de la década en Spotify . Su disco It rains fue el más vendido de 2017 . BIOGRAFÍA      Primeros años Belinda nació el 14 de agosto de 1995 en Santa Cruz de Tenerife , Canarias . Es hija única del empresario británico Allan González y la española María Cruz González Negrín. El matrimonio se separó poco antes del nacimiento de la cantante. Belinda pasó sus primeros años de vida con su padre, en Leeds , Inglate

Miénteme

A punto de perder los estribos, chilló para hacerse oír por encima de la tormenta: —¿Y qué quieres que te diga? ¿Eh? —Confesó— ¿Que es verdad? ¿Que he sido un estúpido? ¿Que no debería haberlo hecho?

Coplas

[En la residencia de abuela. En la habitación de abuela y tía Crece. Tía Crece sentada en una butaca. Mamá le quita a abuela una falda estampada y le pone unos pantalones negros] Mamá: Porque ya, a estas horas… dentro de un rato cenamos.  [Termina de vestirla] ¡Hombre, mucho mejor…!

Suerte

—¿Suerte? Espera, espera, espera —señaló el gigantesco edificio, presa del pánico—… Te estás enfrentando al mundo entero. ¡Tu enemigo es el jodido MUNDO! Tienen armas, tienen estrategas brillantes, tienen una fortuna… ¿Y tú no tienes ni siquiera un plan? Pretendes salir de esta… ¿¡Con suerte !? ¡No puedes ganar solo con suerte! Sin perder la calma ni por un segundo, resopló y sentenció, con voz suave aunque ligeramente desafiante: —«Puedes ser el hombre más fuerte del mundo. Pues ser hábil y valiente. Puedes hacer trampas. Puedes conocer todos los secretos de este aciago mundo y ser casi invencible. Pero ningún poder tiene nada que hacer contra la suerte.» Reflexionó. Pensó en todas aquellas ocasiones que había visto cómo escapaba de las frías garras de la muerte sin hacer absolutamente nada. De forma casi divina. Recordó cuántas veces el Azar había intercedido a su favor para despejar milagrosamente su camino. Cuántas veces murmuró que la suerte es aterradora. —No impor

Regional Exprés (Tercera parte: Fin de trayecto)

Escucho mucho movimiento a mi espalda. Un hombre alto, barrigón, que lleva un polo blanco y pantalones oscuros, atraviesa el vagón con determinación. Le siguen la niña rubia y una mujer, también rubia, que supongo que es su madre. Se dirigen al baño. En un principio pensaba que el hombre era el padre de la niña, pero luego veo que lleva un enorme juego de llaves y, colgada del llavero, una especie de herramienta metálica. Se trata de un objeto pequeño y cilíndrico, un tubito plateado del tamaño de un mechero. La madre lleva un vestido de verano tan formal como hortera —por lo menos, para mi gusto—y parece bastante enfadada. Dice algo, pero tengo la radio puesta y para cuando la apago las puertas transparentes del vagón ya se han cerrado y no puedo escuchar nada. Los tres se paran junto al baño. La mujer gesticula, muy molesta. Mantiene a su hija delante de ella, sujetándola de los hombros con un gesto protector un tanto ridículo, como si fuera una piloto de carreras conduciendo a la c