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Mostrando entradas de 2014

Aγαπάω (Segunda parte)

Último día de vacaciones. Me embargaba aquella sensación típica de los domingos por la tarde, cuando ves que se te ha acabado el tiempo y el lunes llama a tu puerta, llenándote la cabeza de pensamientos angustiosos, recordando todas esas cosas con las que tienes que volver a cargar. Pero para mí se trataba de algo más que el peso de los estudios o seguir con el día a día. Cogí aire profundamente mientras veía el reflejo del atardecer en la ventana. Mis dos semanas de reflexión habían pasado más rápido de lo que me había imaginado. Esperaba que ocurriese como en las películas americanas, esas en las que en el último momento el protagonista saca las fuerzas que le han faltado durante el resto de la trama y se ve preparado para enfrentarse a todo. Pues bien: no fue así. Desde que me levanté por la mañana, las pocas ganas que tenía se fueron desvaneciendo conforme giraban las manecillas del reloj. Enlace de compra (Amazon)

Aγαπάω (Primera parte)

Yo ya lo sabía. Lo sabía desde el principio, no soy tan tonta. Lo sabía y me lo repetí a mí misma una y otra vez. Qué frustrante resulta cuando tu cabeza sabe algo y, por más que lo intentas, tu corazón es incapaz de creérselo. Sentirse impotente ante el hecho de conocer a alguien, saber cómo es y lo que acabará haciendo. Siempre fui consciente de que encapricharme con él me haría daño. Desde el momento en que lo vi, lo supe. No obstante, por mucho que lo intenté, caí. Caí y cada vez que me hablaba conseguía, sin casi decir nada, hacerme creer que había una mínima y remota esperanza de que cambiase. Pero él no cambió. Claro que no. Y lo peor fue eso: que siempre supe que no iba a hacerlo y sin embargo me dolió tanto... me dolió tantísimo... Aquella noche, mi mente racional volvió a la carga al recordarme que llorar por alguien como él era una estupidez y representaba la dependencia obsesiva y enfermiza de un estereotipo clasista e insultante para la mujer como era estar colada por

Principio o Final

El día se tornaba nublado. El cielo gris no amenazaba con lluvia ni tampoco oscurecía del todo. Daba sensación de eterno atardecer, en el que no hay suficiente luz para ser día ni bastante oscuridad para ser noche. La joven bajó del carruaje y escuchó el ruido del guijo al apoyar sus pies en el suelo. A cada movimiento, la grava crujía; nada frente al trueno lejano que se presentó a continuación. Uno de los caballos relinchó y el cochero tiró con fuerza de las riendas acompañando el gesto de un lánguido “Sooo”. El tronido sonó muy tenue, pero al final de un mar de nubes cenicientas ya se distinguía el coágulo oscuro que avisaba de la inminente llegada de la tormenta. El caballo se alteró nuevamente. Tras calmarlo, el chófer desmontó y se apresuró a coger el equipaje. Entre tanto, los ojos de la chica se movían vivaces, encaramando su mirada a las paredes, y acabaron posándose en una de las múltiples ventanas desde la que, estaba segura, hacía tiempo que alguien la observaba.

Gilbert y Katherine

La calle principal, completamente concurrida; como era de esperar del centro de Munich. Unas campanadas lejanas me taladran el oído. ¡Las cinco! No sé cómo ni de dónde, me asalta una señora, choca conmigo y todos los papeles que había de llevar al ayuntamiento caen al suelo, junto con la compra de la campesina. La mujer está a punto de bufarme cuando se para, me mira y se muerde la lengua. –Pe... perdone, señorita Eisenberg. Enlace de compra (Amazon)

Barrio Salamanca

La primera vez que pisé el barrio Salamanca fue cuando tenía ocho años. Mi padre nos abandonó cuando yo era muy pequeña y mi madre trabajaba en un taller de costura. Como no podía permitirse una niñera, después del colegio una vecina me llevaba hasta el taller de costura donde trabajaba y la acompañaba el día entero. Al principio todo me parecía maravilloso. Me perdía entre las telas llenas de pliegues y estampados coloridos, algunas suaves y otras más rasposas, bordadas o lisas. Hilos de todos los tonos inimaginables y un mar de botones, todos distintos y todos bonitos. Mi madre estaba siempre cosiendo y aunque me permitía curiosear un poco, no me dejaba tocar nada, y acababa cansándome a las pocas horas. Así que normalmente pasaba la tarde en un parque que había justo enfrente del taller, que tenía un banquito bajo la sombra de un árbol, una fuente que goteaba, un tobogán de metal y un pequeño columpio. La calle no era muy transitada y nunca tuve ningún problema. Pero un d

Princesa de Biblioteca

Muy poca gente lo sabe, pero los libros tienen una capacidad asombrosa. Pueden hacer cosas fascinantes. Algunos te llevan a lugares exóticos, otros te dan a conocer criaturas fantásticas, gente nueva. Paisajes increíbles, hechos extraños, culturas sorprendentes. Vivir aventuras maravillosas. Los sucesos más extraordinarios que se puedan imaginar, en la palma de la mano. El aire que se levanta cuando ojeas rápidamente las páginas, ese olor que te embriaga, te llena por completo como un sutil avance, apenas un susurro casi imperceptible, de la historia que uno sostiene entre sus dedos. La oscura tinta impregnada en las hojas, como si siempre hubiera estado ahí, como si nadie hubiese impreso las palabras; como si formasen parte del papel desde siempre. El tacto de las páginas, de las tapas, cuando se acarician con las yemas de los dedos y con el cuidado de quien posee el más valioso de los tesoros. Para una persona que ama los libros de esa manera, ¿Podrías imaginar lo que supondría no