¿Cuál es la buena? ¿La de cal o la de arena?

Reconozco que estaba nervioso. Si dos o tres años antes me hubiesen dicho que acabaría a las tantas de la madrugada en la entrada de un pub apagado y oculto entre las calles más remotas de un barrio apartado y poco recomendable de los suburbios de Cardiff, esperando a una cita misteriosa con quien apenas había charlado un par de veces... bueno, la verdad es que sí que me lo hubiese creído.

Estuve esperando hasta media noche, apurando una jarra de cerveza fría que no me llegué a terminar. Me aferré bien la gabardina al cuerpo cuando una ráfaga de viento me envolvió, helándome hasta los huesos. Todo estaba muy oscuro. Apenas se distinguía la tenue luz del farol que alumbraba el interior de la taberna. No había luna ni estrellas. Cuanto más tiempo pasaba, más fuerte era mi deseo de volver a casa; pero en el fondo de mi corazón no abandonaba la esperanza de que apareciese.

Como ya he mencionado, estuve esperando hasta media noche, momento en que me resigné y me fui. Tardé más de una hora, quizás dos, en llegar a mi casa. Iba despacio, desanimado, deambulando como un espectro por las calles desiertas.

Aquí donde me ven, soy el primogénito Gabriel Taylor, dueño de la mansión Taylor en el centro de Cardiff, Gales. Acababa de cumplir los veintiuno. Mis padres murieron cuando era apenas un muchacho, convirtiéndome así en un joven y codiciado heredero a la tierna edad de doce años. No tengo familia de sangre, o al menos no próxima. Al ser de buena cuna, mis antecesores forjaron matrimonios de conveniencia con todas las casas influyentes del momento, así que si me pusiera a investigar el pasado de mi linaje seguramente descubriría que tengo parientes muy lejanos repartidos por toda Europa.

Pero por lo que he llegado a averiguar adentrándome en las raíces mi árbol genealógico, con éstos, fueran quienes fuesen, no compartiría más de una cuadragésima parte de mi sangre. Así que prefiero decir que no; no tengo familia. No de la casa Taylor. Claro que los asistentes, ya ancianos en su mayoría, son los que me han criado, atendido y cuidado desde que tengo uso de razón. Los que sirvieron a mis padres y algunos, hasta a mis abuelos. Es a ellos a quienes considero mi familia.
Y a Audry, por supuesto. No podría olvidarme de ella...

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