Aγαπάω (Primera parte)

Yo ya lo sabía. Lo sabía desde el principio, no soy tan tonta. Lo sabía y me lo repetí a mí misma una y otra vez. Qué frustrante resulta cuando tu cabeza sabe algo y, por más que lo intentas, tu corazón es incapaz de creérselo. Sentirse impotente ante el hecho de conocer a alguien, saber cómo es y lo que acabará haciendo. Siempre fui consciente de que encapricharme con él me haría daño. Desde el momento en que lo vi, lo supe. No obstante, por mucho que lo intenté, caí. Caí y cada vez que me hablaba conseguía, sin casi decir nada, hacerme creer que había una mínima y remota esperanza de que cambiase. Pero él no cambió. Claro que no. Y lo peor fue eso: que siempre supe que no iba a hacerlo y sin embargo me dolió tanto... me dolió tantísimo...

Aquella noche, mi mente racional volvió a la carga al recordarme que llorar por alguien como él era una estupidez y representaba la dependencia obsesiva y enfermiza de un estereotipo clasista e insultante para la mujer como era estar colada por el chico más guapo, atlético y popular del instituto. Y, por más, sufrir por su rechazo. Es decir, que toda aquella angustia que me arrancaba las fuerzas y me revolvía las entrañas era precisamente símbolo de todo lo que odiaba y rechazaba de la sociedad adolescente. Por cosas como esa había criticado siempre a las otras chicas. Era superficial y estúpido.

Y todo eso lo sabía de sobra. Y aun así no podía dejar de echar una lágrima tras otra...



Comentarios