Entradas

Mostrando entradas de 2016

Nada - escritura automática

Yo. No lo entiendo. No estás, y no lo entiendo. Se fue. Voló. No está pero ya, ya no, ¿Importa? No. No lo entiendo. La ves. ¿La veo? La ves. Está. Cae. Vuela. Vuela. Vuelta. Vuelca. Vela. Vena. Vera. Veda. Venca. Ve¿ca? Se-ha-que-da-do-un-buen dí-a, un-buen-dí a-pa-ra-mo-rir. Qué bien. Qué lindo. Lejos. Cae. Gota. A. Gota. No lo… ¿entiendo? No lo entiendo. No estás. No estás. Desapareció. Se esfumó. NI rastro, ni rastro, ni las huellas. Ni las migas. Ni un resquicio. Ni nada. Nada. No estás, no lo entiendo ¡No estás! Cae y cae y cae y cae y… cae… yo… solo veo… caer. Desaparecieron todas. ¿Ya no está? Hace mucho que no están, no lo entiendo, yo estaba… ¡Estaban ahí! ¡Lejos! Y ya no. Llano. Llano, liso, ligero. No estás. O ¿Sí? Estás. Y no lo entiendo. Tú, tú, tú, por qué tú, lo odio, lo odio, no lo soporto, no lo entiendo, odio lo que no entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo… Yo. Yo… Yo. Negro. Sequito y vacío. Calma. Bueno, ya no h

Palabras

Imagen
Las palabras son amigas traicioneras, amantes caprichosas. Son compañeras antojadizas y enemigas vanidosas. Las palabras van y vienen. Se quedan cuando no las ven y huyen cuando las quieren. Sin decir adiós. Se pasean entre tus dedos, con una sonrisa embrujada, para caer como la arena, para desaparecer como si nada. Lápiz, fiel paladín, ¿Por qué no puedes traerlas a mí? Moriría enterrada en palabras. La tinta corre, la sangre brota. Lápiz, inmóvil; afronto la derrota. Solo conozco una ley absoluta: Irrecuperables... Enlace de compra (Amazon) ©

Arturito Oller Carvajo

La campanilla que colgaba sobre la puerta de la entrada sonó y advirtió a Carmen de que alguien había llegado a la casa. De haber sucedido apenas unos minutos antes no la hubiese escuchado, ya que tenía la escandalosa campana al máximo rendimiento sobre la vitrocerámica mientras faenaba. Pero era su primer día de trabajo como asistenta del hogar y tenía la comida lista y la mesa puesta justo a tiempo, preparada para el pequeño Arturo, que llegaba exactamente a las tres en punto del colegio. Se abrió la puerta de la cocina y Carmen ya estaba lista, con el mandil puesto, las manos a la espalda, una amable sonrisa en los labios y dispuesta a conocer a Arturito y causarle una buena impresión. Entró un muchacho escuchimizado, con un chándal amplio, la tez pálida y aspecto muy sereno. La miró con ojos curiosos, pero calmado e inalterable. Su gesto no varió ni un poco y continuó igual de inexpresivo, totalmente impasible. Parecía un chiquillo muy tranquilo y algo pequeño para tener doce años

Más fuerte que la sangre

Querida hermana: Mi querida, queridísima Va. Pronto habrán pasado tres años desde el día que desembarqué en Hidden Hope y seis desde la última vez que te vi. Ya te hablé en cartas anteriores de mi vida aquí. Aunque ni siquiera pudiera conocer con certeza si éstas llegan a tus manos, lamentablemente, sé que así es. Hacía ya mucho tiempo que no te escribía, mi amada Va, y había pensado en desistir. Quizás ese fuese tu objetivo, hermana, por algún motivo que no alcanzo a conocer. Pero me temo que no puedo renegar de ti, y que he de volver ahora a escribirte puesto que hay algo realmente importante que debo comunicarte. Desde el momento en que nos separamos, aquel mediodía en la costa, muchas cosas han cambiado. No era yo más que una niña de doce años escasos, asomada a la cubierta del barco, sola entre marineros, a punto de separarme de nuestro hogar. De ti, mi única familia. Bien es cierto que no he vuelto a tener noticia tuya y que nada se de ti ni de tu vida. Pero conti

El Contratista de la flor de papel

Se cuenta que, allá por el siglo XIX, había hombres y mujeres que se dedicaban a todo aquello que no podía hacer nadie. Los Contratistas, quienes arriesgaban sus vidas por a saber qué extravagante y misterioso fin. Que no tenían ataduras hacia nada ni nadie, ajenos a la ley convencional y, seguramente, carentes de ninguna. De los que eran tan solo un puñado en este mundo, los pocos, se dejaron la piel para conseguir el título; los muchos, la vida. Nadie sabe cómo, en qué lugar, quién era el supervisor de tan brutal prueba, ni en qué consistía. Muchos se preguntan, si acaso existiese, dónde estaría su gremio. Tal era la fuerza y habilidad que mostraban, que a veces la condición humana no era bastante para contentar a los narradores de las historias, las leyendas populares y los mitos que terminaron convirtiéndose en el velo que cubrió tan inconcebible oficio. Así, los Contratistas acabaron debatiéndose entre la admiración, respeto y profundo miedo de algunos y el escepticismo, incr