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Mostrando entradas de 2017

Vigorexia

Érase una vez un asesino en serie. Él siempre había querido serlo, pero lo cierto es que había tardado mucho en encontrar un buen momento para dedicarse a ello.

El gran día

Las lágrimas de la preciosa joven caían y brillaban a la luz anaranjada de la tarde mientras la nodriza terminaba de engalanarle el blanquísimo velo de tul con las ardientes hojas rojas de las parras del amo. Sus facciones, perfectas como las de una muñeca de porcelana, parecían aún más celestiales envueltas aquel manto de nieve y fuego. La muchacha, desesperada, tuvo que preguntarlo una vez más:

En el punto de mira

Todo permaneció en suspenso durante unos segundos. Entonces, el policía echó a correr hacia el edificio. Al principio, Luis no sabía cómo actuar. No reaccionó hasta que escuchó cerrarse la puerta principal. Incluso si era una autoridad, estaba claro que no albergaba buenas intenciones. Se vio empujado a escapar hacia arriba. Subía los escalones de dos en dos mientras, al otro lado del pasillo, su ágil perseguidor se aproximaba a grandes zancadas. Decidió salir a la azotea para huir por el tejado. El policía le pisaba los talones pese a que las tejas, deterioradas y frágiles, se rompían o soltaban con facilidad. Luis no tenía claro hacia dónde ir; solo sentía la necesidad vital de correr muy lejos de aquel hombre. Recordó de pronto la escalera de incendios que veía desde su roñosa habitación. La buscó desesperadamente, achinando los los ojos para poder ver  a través de la densa y nebulosa oscuridad de la noche. Cuando al fin la divisó, dudó si saltar. Ese breve momento fue suficien

El reflejo

— ¡Ven de una vez!  — gritó ella, desde el baño. — ¿Qué pasa...?  — dijo él, asomándose desde la cocina. — Ven, que quiero preguntarte algo.

Escarcha

Los geranios del jardín reflejaban el invierno. Un cielo gris y frío se dibujaba en las grandes hojas. De las flores rojas, tan pobladas en primavera, solo quedaban un par de pétalos mustios. Los geranios llegaban al final de sus días. Las que habían sido unas plantas tan queridas, se inclinaban suavemente, casi de forma imperceptible, con serenidad, resignadas, pues sabían que no llegarían a ver de nuevo el sol estival. Sí, aquel sería el último invierno de los geranios...

Sin oficio ni beneficio

Noche oscura y cerrada como las entrañas del abismo. El ulular de las aves del crepúsculo bailando en el viento helado, acariciando aquel paraje desierto. Un silencio aterrador envolvía los campos de labranza que de día apenas eran trabajados por un puñado de infelices anticuados, hortelanos de tiempos pasados atrapados en un mundo moderno que cree que ya no los necesita. De noche, presentes tan sólo las aves que anidaban en un humilde molino abandonado desde hacía años que en su época de esplendor se había movido al paso de las aguas del río que había visto menguado su cauce hasta no ser más que un insignificante reguero de apenas dos palmos de ancho. A la orilla, por llamarla de alguna forma, un fuerte y alto roble que vigilaba diligentemente el secarral como única figura de majestuosidad en el melancólico paraje; y entre el regato y el roble, un pedregoso camino apenas transitado que conectaba el pequeño pueblo de Villarrafia y la aldea de Torretrigales. Pero aquella noche sin