Viuda negra

Lo más duro que hice en mi vida fue renunciar a lo que quería. No volveré a hacer algo así. Jamás.

Contemplo horrorizada el líquido rojo brotando a borbotones del cuerpo de la anciana. De repente me parece mucho más mayor de lo que recordaba. Sin maquillar, sin peinar, sin aliento; una gran mujer, dueña de su casa. Bien arreglada, muy elegante, ocultando en todo momento esos años de más. Yo la había creído siempre una mujer muy fuerte. La envidiaba. La envidio. La respetaba, la admiraba. Ahora no sé muy bien lo que siento. Me parece poco más que un despojo ensangrentado.

Pesa demasiado. Grito. Se me resbala de las manos. La sangre es abundante ya. Cae de mi regazo. El cuchillo sigue clavado en su espalda. O tal vez sea un abrecartas, no estoy segura. Sí, desde luego parece un abrecartas. Fue lo único que pude encontrar. Choca ruidosamente contra el suelo, de costado, acompañada de un sonido de chapoteo, salpica en el gran charco de sangre, me pone perdida. Me miro las manos empapadas de rojo. Toda yo, manchada.

Empieza a faltarme el aire. Sé que tengo que mantener la cabeza fría, pero es tan endiabladamente difícil... Me levanto de la silla bruscamente y se desploma a mis pies. Sólo oigo mi respiración y mi corazón latiendo muy deprisa, la sangre empapando la alfombra. Mi suegra tendida en el suelo. El filo del abrecartas bien hondo en su espalda y su ropa calada. La herida la mató en el acto: tal y como me lo propuse.


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